Autora: Helena González Asenjo
Hoy vengo a contaros una historia que supongo que algunos de vosotros compartiréis, es una reflexión intima a propósito de los veinte años que llevo trabajando en salud mental, y un pequeño ejemplo de la práctica cotidiana que nos ayude a entendernos mejor.
Después de tres años de intensa formación salimos de los hospitales intuyendo que más allá de las técnicas aplicadas con tanto esmero faltaba siempre algo. Y descubrimos con entusiasmo cómo en este raro mundo de la salud mental, nuestras técnicas, nuestra herramienta de trabajo, iba a ser exclusivamente la relación terapéutica. Pero, como todo en esta vida, no era tan sencillo: tuvimos que pasar por un proceso de formación con mayor implicación personal mediante el cual crecimos como individuos y profesionales. Empezamos a alejarnos de nuestras enseñanzas y a preocuparnos más por conocernos a nosotros mismos, por aceptar al paciente y su enfermedad, tan mal vista aún socialmente; a prestar más atención a la escucha, el interés o el respeto, que a las constantes vitales, a poner nuestro empeño en construir relaciones de confianza, a valorar la sinceridad, a calibrar la disponibilidad y a aprender a transmitir una actitud reconfortante, que ayudase al enfermo a respetarse y ser respetado como ser humano.
No nos olvidamos nunca que la finalidad de los cuidados a enfermos y familiares debía ser, y sigue siendo, la promoción y preservación de la salud física y mental, y que ésta última descansa sobre tres fundamentos: la capacidad de amarse a sí mismo y a los demás; la capacidad de hacer frente a la realidad y la capacidad de encontrar un significado a la vida.
Ocupados y preocupados en nuestra fascinante tarea apenas nos dimos cuenta de que los tiempos estaban cambiando: llegaba la necesidad de estandarización de los cuidados, la necesidad de medir, de denominar, de diferenciar, de clasificar, de determinar indicadores, el proceso de enfermería, la NANDA, NIC y NOC, los parámetros de calidad… y la nueva especialidad de Enfermería en Salud Mental.
Obligados a reflexionar sobre el proceso, la evolución de nuestra profesión, sus principios básicos y sus implicaciones en el trabajo cotidiano con nuestros pacientes, empezamos a descubrir aspectos que nos inquietan: en aras del progreso científico ¿No nos estaremos perdiendo muchas cosas por el camino? Este énfasis en evaluar, registrar, tipificar y protocolizar es evidente que tiene aspectos positivos: la recogida de información, su organización y transmisión se hace homogénea, hablamos todos un mismo lenguaje, y las nuevas tecnologías en el campo de la informática facilitan nuestra ardua tarea. Pero yo me pregunto: lo que sería un medio, unos instrumentos válidos para un objetivo final, que es el cuidado integral del individuo enfermo ¿No se estarán convirtiendo en un fin en sí mismos? Esto me recuerda la frase de un buen amigo que cuando le hablé de protocolos los definió así: “son las instrucciones que elaboran unos listos para que los tontos no tengamos que pensar”. No se trata de desdeñar el valor práctico del modelo de atención de enfermería, pero creo que es hora de llevar mas allá la reflexión y observar en la práctica cotidiana en qué aspectos nos enriquece y en cuales nos puede empobrecer. En realidad os estoy hablando de mis sentimientos, dudas y contradicciones, con las que me encuentro tras la aplicación del modelo en un caso concreto que me gustaría que sirviera de ejemplo, y pudiera hacer de esta reflexión algo más práctico y cercano.
Se trata de Mercedes, una paciente que padece una esquizofrenia paranoide de larga evolución, con la que trabajo hace dos años en la Consulta de Enfermería del Centro de Salud Mental. Resulta que ahora va a ser ingresada en un dispositivo de larga estancia, para lo cual hay que hacer una valoración en el domicilio, con el equipo de enfermería que la va a recibir allí, y posteriormente, una reunión para presentar “el caso”. Todo muy bien estructurado hasta aquí. La valoración se realiza de forma exhaustiva, patrón por patrón, y aquí empieza para mí el problema: ¿Dónde se recogen sus sentimientos y los míos? ¿Cómo se cuantifica la relación terapéutica establecida, el trabajo hasta ganarme su confianza y la de sus familiares? ¿Qué valor se le da al contenido de sus delirios? Cuando intento explicarles lo que sé de Mercedes, lo que me piden es un informe…Ya empiezo a pensar yo que algo se me está escapando, pero como me puede más la curiosidad o la novedad de estos procedimientos, asisto a la reunión posterior, donde se van a definir las actuaciones a seguir, en base a los problemas detectados tras la exhaustiva valoración. Y aquí viene lo mejor: “el caso” se resume en una mujer que padece incontinencia urinaria; que está aislada socialmente y que no es autónoma en la toma de medicación por su escasa conciencia de enfermedad. Por lo cual, el “plan de cuidados” irá encaminado al uso de pañales nocturnos, a asegurar la toma correcta de la medicación y a fomentar su participación en actividades para ocupación del tiempo libre. Esto me hace pensar, y mucho, tanto como para venir aquí hoy, venciendo toda clase de obstáculos, que los que están en este lado de la mesa pueden comprender, para que penséis conmigo, para que si alguien después de veinte años se ha sentido como yo en una situación similar o alguno de vosotros está interesado en no pasar por dicha situación, podamos reflexionar juntos si realmente nos estamos dejando algo en el camino, algo que merezca la pena analizar y defender, si estamos dispuestos a convertir los medios que pueden ayudarnos en nuestro trabajo en un único fin: ¿El fin es hacer un bonito informe tras haber desmenuzado uno a uno los patrones de salud, para que nos salga un listado de actividades y así todos sepamos qué hacer en cada momento? ¿De verdad lo sabemos?
De todo corazón le deseo a mi paciente una feliz estancia en el nuevo dispositivo, donde no me cabe duda que será alimentada y aseada correctamente, y donde espero que alguien, en algún momento de su día a día, se siente a su lado y se interese por escuchar lo que yo llevo dos años escuchando, y lo que me parece en definitiva lo más importante: le tome la mano y la acompañe en esta aventura que es su vida. Buena suerte Mercedes.